José Anastasio Urra Urbieta
Economista y Profesor
Facultad de Economía de la Universitat de València
¿Susto o muerte…?
PERFIL
José Anastasio Urra Urbieta es economista y Profesor Titular en el Departamento de Dirección de Empresas ‘Juan José Renau Piqueras’ de la Facultad de Economía de la Universitat de València. Doctor Europeo en Organización de Empresas, vinculado con universidades francesas, croatas y latinoamericanas, es también director del Máster en Consultoría Estratégica de la Universitat de València. Miembro de algunas de las principales asociaciones científicas iberoamericanas de Dirección de Empresas, y revisor en diferentes revistas científicas españolas e internacionales. Su especialización docente e investigadora se centra en temas relacionados con la Estrategia Empresarial, la Teoría de la Decisión, el Diagnóstico Estratégico, la Cooperación Empresarial y las Alianzas Estratégicas, campos en los que ha presentado numerosas contribuciones en congresos científicos españoles e internacionales y múltiples publicaciones tanto de carácter científico como divulgativo.
Recientemente ha publicado el libro Dirección Estratégica para el siglo XXI. La gestión ante los límites del crecimiento, que no solo es un buen manual para el diseño e implementación de las estrategias, sino que además presta atención a una serie de retos actuales aún no resueltos y que tienen consecuencias tanto en el sector privado como en el público, lo que ha motivado el interés de Auditoría Pública por entrevistar al profesor Urra Urbieta.
Auditoría Pública. Uno de los aspectos que más llaman la atención de su libro es la atención que presta a contextualizar el entorno actual. ¿Por qué este interés?
Mi extensa experiencia profesional, docente e investigadora me ha permitido constatar la creciente divergencia entre, por una parte, la Economía y la Gestión que se enseña en las universidades y se practica en nuestro sistema socioeconómico y, por otra, la realidad de nuestro mundo. En este sentido, la evidencia científica transdisciplinar sobre el estado de nuestro planeta y los magníficos retos a los que nos enfrentamos como civilización, plantean un conflicto claro y profundo con los valores del paradigma económico dominante, y en particular con los del paradigma dominante en la academia y la práctica de la gestión empresarial; hasta el punto en que estos incluso coartan actualmente las posibilidades de desarrollo humano en el planeta. De alguna manera, ni la mayor parte de la Academia ni, menos aún, la mayor parte de la práctica de la Gestión Empresarial utilizan aún las “lentes transdisciplinares”. Es como si en algún momento del camino, de su evolución, la Academia y la práctica empresarial hubieran perdido el contacto con el entorno; como si, de alguna manera, su evolución y su éxito hubiesen introducido un creciente componente cultural autista del que solo algunas partes de la comunidad académica y empresarial se libran.
De esta forma, la teoría económica y de la gestión de empresas convencional resulta insuficiente, fundamentalmente debido a la gran fragmentación del saber, a una reducción excesiva y a la confusión entre sistemas diferentes. En este sentido, podríamos establecer tres sistemas componentes de la estructura socioeconómica: el material, el institucional, y el axiológico. En el primer sistema se ubican los bienes y servicios, con fenómenos como la demanda y la oferta, los precios, la actividad empresarial, la estructura productiva, la distribución, etc. Es el campo de estudio más específico de la ciencia económica actual, sin perjuicio de que, por supuesto, ésta se asome además a las instituciones asentadas en el nivel sociopolítico, pero sólo en cuanto generan hechos conceptuados en ella como económicos. Así, por ejemplo, el Gobierno se considera únicamente como recaudador y gastador, o como regulador de la economía. En todo caso, a donde no llegan los intentos explicativos de la economía convencional es al tercer nivel, que contiene el sistema de creencias y valores, y los límites medioambientales, o las condiciones de contorno, en términos físicos, de los sistemas anteriores.
En fin, puestos a elaborar un manual, no quería obviar esta dimensión de nuestro sistema socioeconómico; o, más bien, no podía obviarla, pues, aun a riesgo de ir a contracorriente, considero su inclusión un imperativo ético categórico.
A.P. Usted revisa las características de nuestro entorno en diferentes ámbitos: energético, climático, ecológico y tecnológico. ¿Podría resumirnos cuáles son los aspectos más importantes para afrontar adecuadamente los retos futuros?
En cuanto introducimos la dimensión axiológica en el análisis económico, comienzan a aparecer claros los límites de nuestro sistema socioeconómico, que devienen de los mismos factores que han promovido el proceso de globalización en el que nos hallamos inmersos.
Si el entorno global actual se configura como tal, es fundamentalmente debido al desarrollo tecnológico del Ser Humano gracias al incremento de la energía exosomática en sus relaciones socioeconómicas, lo que, a su vez, le ha permitido explotar exponencialmente los recursos naturales del planeta en una fase geológica interglacial que ha propiciado más de 9.000 años de estabilidad climática. Consecuentemente, resultan variables motoras del sistema socioeconómico mundial la energía, tanto en cuanto al estado de sus diversas fuentes aprovechables como en lo referente a los residuos que su generación y uso producen; el clima, por cuanto su estabilidad ha resultado fundamental en el desarrollo humano; los ecosistemas, en tanto proveedores de los recursos necesarios para el mantenimiento y desarrollo de nuestro sistema socioeconómico; y la tecnología, en cuanto conjunto de saberes que nos permiten el aprovechamiento tanto de energía como de recursos.
Pero lejos de reconocer la energía, el clima y los ecosistemas como endógenos a nuestro sistema socioeconómico, la ciencia económica actual no ha pasado de considerarlos factores externos, de alguna manera controlables mediante el desarrollo tecnológico. Y así, aunque el cambio climático acelerado antropogénicamente y la insostenible presión sobre los ecosistemas constituyen procesos históricos y geoecológicos fundamentales, dado el estrecho vínculo existente entre el uso de energía y la producción económica, el punto de inflexión viene marcado, sin duda, por el inexorable descenso de la producción de petróleo crudo que comenzó en 2005, según la Agencia Internacional de la Energía y la Administración norteamericana de Información de la Energía. El mundo que conocemos, el progreso que hemos alcanzado, las innovaciones y los desarrollos tecnológicos que hemos logrado como especie, el proceso de globalización, todo, se debe al descubrimiento de la aplicación industrial de una energía abundante y barata que está dejando de serlo, abundante y barata; y gran parte de todo esto, no ya su incremento sino su mero mantenimiento, no es posible sin una energía abundante y barata. A fin de cuentas, aunque podamos convenir en que la creatividad humana es infinita, la innovación tecnológica requiere de una base material, y de energía. Y no hay sustitutos, ni ahora que ya se requieren, ni en el horizonte. A juzgar por la evolución geológica de las principales cuencas desde su inicio en 2009, el fracking norteamericano tiene los días contados; y si atendemos a sus cuentas, no ha sido rentable desde el comienzo, ni energética ni económicamente. Además, las erróneamente denominadas energías renovables (porque en realidad se trata de sistemas industriales no renovables para la captación y el aprovechamiento de energías renovables) requieren de una base energética fósil para su desarrollo, que está limitado tanto por las leyes de la termodinámica como por numerosas restricciones físicas y materiales. ¿La fusión fría…? Ciencia ficción más allá del bosón de Higgs. Se nos comienza a acabar la energía que mueve nuestro mundo globalizado, y la ciencia converge al definir nuestra realidad: los límites del crecimiento están aquí ya, son los límites físicos del crecimiento exponencial en un mundo finito, y han venido para quedarse; y nuestro sistema socioeconómico, impulsado por el crecimiento exponencial, es, evidentemente, cada vez más disfuncional en las circunstancias emergentes.
Sin embargo, dentro del paradigma actual no cabe duda de que la medida del éxito nacional viene dada fundamentalmente por un PIB rampante, un PIB que crezca indefinidamente, cuanto más, mejor, preferiblemente exponencialmente; mientras que, a pesar de la reciente incorporación de la responsabilidad social empresarial, la medida del éxito de la organización radica sin duda en el Beneficio para toda organización capitalista. Pero en un mundo extralimitado, el crecimiento solo es posible mediante juegos multipersonales de suma cero, que poco a poco van dejando paso a los juegos de suma negativa, en los que todos perdemos.
A.P. Entonces, intentar atenuar el cambio climático y el desastre ecológico nos obliga a dejar de crecer en términos económicos. A su vez, la disminución de energía disponible también dificulta el crecimiento. Y estos diferentes problemas no parece que se puedan resolver exclusivamente con tecnología. Con todo ello, ¿qué tipo de economía nos depara el futuro?
A pesar de que desde el actual paradigma socioeconómico se prometen la tecnología, la eficiencia, la sustitución y el reciclaje como vías que nos llevarán hacia el futuro por la senda del crecimiento, los datos objetivos solo permiten afirmar que, como ya intuyera William Jevons en 1865, el crecimiento exponencial de la innovación desde el medievo se ha traducido en una mayor complejidad y en un incremento exponencial del consumo energético mundial, tanto en términos absolutos como per cápita. Hasta ahora, lo único cierto es que el desarrollo tecnológico, que ya da muestras de fatiga, no se ha traducido en una reducción del consumo energético global sino todo lo contrario; y que por esa vía hemos precipitado un cambio climático de inminentes y dramáticas consecuencias. Así mismo, nos ha conducido a un punto de presión sobre los recursos y los ecosistemas del planeta que amenaza la misma viabilidad de nuestras sociedades en las próximas décadas. ¿Nos salvará la tecnología…? No es imposible, desde luego, pero parece poco probable a partir de la experiencia.
Sin embargo, a pesar de disponer de las herramientas de análisis adecuadas, proporcionadas por enfoques como los de la Economía Ecológica y la Economía del Bien Común, que están demostrando su eficiencia y su eficacia, los principales stakeholders, una amplia mayoría de la academia y la práctica económica y empresarial, no solo no terminan de reconocer la gravedad y urgencia de la situación, sino que colectivamente comparten y fomentan un marco cultural cuyos fundamentos chocan frontalmente con la realidad y retroalimentan positivamente su gravedad y urgencia.
A.P. El panorama no resulta muy esperanzador…
Ciertamente; reconocer y asimilar la realidad supone transitar el camino de las diferentes fases del proceso del duelo, pero también implica reestructurar profundamente el paradigma desde el que conferimos sentido al mundo. Susto o muerte, en este sentido.
El sistema que, entre alegrías y disgustos, nos ha resultado útil como guía del desarrollo humano sobre el planeta durante los últimos siglos, nos ha llevado también a una situación climática y ecológica que amenaza su misma viabilidad. Además, resulta ineficiente e ineficaz para acometer los retos a los que como civilización nos enfrentamos, que no son sino la magnífica tarea de construir un sistema socioeconómico que nos permita organizarnos para una economía sin crecimiento, de estado estacionario, en el mejor de los casos, probablemente pasando antes por un largo, y sin precedentes, periodo histórico de decrecimiento; un sistema socioeconómico radicalmente diferente de lo que conocemos, en fin.
A.P. En una economía sin crecimiento económico, los ingresos públicos tampoco crecerán. En esas condiciones, ¿se puede mantener el estado de bienestar?, ¿cómo se debería proteger su continuidad?
En el escenario civilizatorio que se va configurando, el mantenimiento del estado de bienestar tal como lo hemos concebido parece bastante cuestionable. De hecho, a partir del estudio de las necesidades energéticas para el mantenimiento de las sociedades complejas, y mediante el modelo de la Jerarquía de Necesidades Energéticas, investigadores como Joseph Tainter, Jessica Lambert, Charles Hall, Stephen Balogh, Ajay Gupta, Michelle Arnold o Pedro Prieto, entre otros, cuestionan en múltiples trabajos el mantenimiento del estado de bienestar tal como lo hemos concebido y lo conocemos.
Toda la evidencia apunta, cada vez más claramente, a que necesitamos otro modo de organizarnos y organizar nuestras relaciones y transacciones, tanto entre nosotr@s como con el resto de seres vivos, animales y plantas, y con la propia Naturaleza que nos sustenta y de la que intrínsecamente formamos parte. La continuidad de algún estado de bienestar, en la esfera del que disfrutamos, pasa, sin duda, por un nuevo sistema socioeconómico que nadie sabe bien cómo debería ser, pero que a estas alturas sí sabemos bien cómo no puede ser. Tal cambio nos aboca a retos magníficos en nuestra forma de percibir y vivir un mundo del que tan solo heredamos el usufructo, desde la superación del pensamiento lineal y causal que contribuya a la comprensión e interiorización profunda de las Leyes de la Naturaleza, y del respeto a las mismas, hasta una miríada de cambios en esquemas cognitivos de menor nivel que afectan a nuestras prácticas y relaciones sociales, económicas, laborales, de gestión organizativa y empresarial; pasando por una profunda introspectiva y revisión personal de los valores propios.
A.P. El contexto económico y social descrito puede suponer un cambio de prioridades públicas y también en la tarea de los OCEX. A su entender, ¿qué nuevos frentes se abren en el trabajo de los órganos de control externo?
Hasta ahora, el sector público ha confiado en el crecimiento de los ingresos públicos para seguir ampliando sus servicios y su capacidad de influencia en la economía. Sin embargo, ante el panorama actual, y el previsible futuro, es muy probable que se produzca una revisión del contrato social con el fin de redefinir los servicios públicos a satisfacer. El mayor o menor alcance de estos servicios no sólo dependerá del deseo político y del nivel de ingresos públicos, sino también de la eficiencia en su prestación. Y es en este punto donde los órganos de control externo deben aportar su experiencia, que no sólo se limita al análisis financiero, contable y legal, sino que se extiende también al análisis y auditoría de la eficacia, economía y eficiencia del sector público. Es probable que los OCEX deban incrementar su actuación en el ámbito de las auditorías de gestión u operativas.
No obstante, como señalo, el cambio necesario nos plantea retos magníficos en nuestra forma de percibir y vivir el mundo que hemos recibido en usufructo, comenzando por una profunda introspectiva y revisión personal de los valores propios. Y este es también un viaje que deberán emprender los OCEX, viaje que, una vez interiorizado, estoy convencido sabrán cómo hacer.
A.P. ¿En qué medida está preparado el sector público para afrontar este futuro inmediato? ¿Considera que se está avanzando en el buen sentido? ¿Qué medidas serían necesarias?
En la actualidad, y a juzgar por lo que podemos observar en la mayoría de sectores públicos del mundo, diría que no, que no parece que el planteamiento pase siquiera por afrontar la realidad. Desde luego, nuestro ordenamiento legislativo y ejecutivo, más centrado en el corto plazo de los 4 años y la reelección, va en contra de un cambio radical y sistemático que nos tomaría un mucho más largo plazo. Además, como apunta Antonio Turiel en su magnífico blog, «Los grandes agentes sociales y económicos se están comportando como niños, poniéndose los dedos en los oídos mientras gritan ‘La, la, la, no te escucho’, como si esconder la cabeza debajo del ala fuera a hacer desaparecer el grave problema que tenemos por delante. Mientras estos agentes sigan utilizando información de tan baja calidad, que se acepta acríticamente sin ningún análisis, harán que los problemas que vienen sean inevitables. No solo la adulteración de los combustibles fósiles es mala para la sociedad; posiblemente lo es mucho más la adulteración de la verdad.»
Las medidas necesarias, a mi juicio, son relativamente sencillas, o relativamente complejas dado el actual estado de las cosas. Pasarían por aspectos como, entre otros:
– La superación del pensamiento lineal y causal, apostando por el cultivo del pensamiento sistémico que permita contemplar las diversas vertientes de la realidad que integran un fenómeno.
– La comprensión e interiorización profunda de las Leyes de la Naturaleza, y del respeto a las mismas, apostando desde la Academia por el paradigma intelectual de la Economía Ecológica; desde la práctica organizativa y empresarial por los diseños organizativos, de proceso y de producto-servicio en el marco de esquemas como el de la Economía Circular; y desde las instituciones públicas por un control efectivo de la propaganda y la publicidad, por una información pública adecuada y veraz, y por una profunda revisión y tipificación legal de las faltas y delitos contra el primer bien común que nos sustenta.
– La superación de la visión economicista a partir del Beneficio, la Rentabilidad y el PIB, apostando por modelos que, como el Balance del Bien Común, contribuyen a una más efectiva gestión de la esfera económica, la esfera social y la esfera ecológica.
– La superación de la visión mecanicista y del paradigma de los “Recursos Humanos” o del “Capital Intelectual”, que entrañan una reificación o cosificación de las personas y nuestras relaciones, que pasan a tener valor solo si pueden ser monetizadas en la cuenta de resultados cada ejercicio.
– La adaptación de los procesos de selección de personal a los nuevos paradigmas, apostando por la cooperación, la diversidad y el bien común para superar la búsqueda del beneficio y la competencia como motores de las relaciones socioeconómicas subyacentes.
– Y/o la superación de la Dirección por Objetivos, e incluso de la Dirección por Competencias, apostando por la Dirección por Valores.
En definitiva, recordar, para no volver a olvidar, nuestros orígenes y nuestra realidad universal inmanente, que tan magníficamente plasmó Engels en su ensayo sobre la Dialéctica de la naturaleza: «…el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, nos hallamos en medio de ella y todo nuestro dominio sobre la naturaleza y la ventaja que en esto llevamos a las demás criaturas consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y saber aplicarlas acertadamente…».