Entrevista a Daniel Innerarity

 Daniel Innerarity
Catedrático de Filosofía y Director del Instituto de Gobernanza Democrática

“Me preocupa más la debilidad de la política que la corrupción”

PERFIL


Daniel Innerarity.jpgDaniel Inneratity (Bilbao, 1959) es catedrático de filosofía política y social, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y director de su Instituto de Gobernanza Democrática. Ha sido profesor invitado en diversas universidades europeas y americanas como la Sorbona de París o el Robert Schuman Centre for Advanced Studies del Instituto Europeo de Florencia, de donde ha regresado recientemente.

Doctor en Filosofía, amplió sus estudios en Suiza, Italia y Alemania, en este último país  como becario de la Fundación Alexander von Humboldt. Entre sus últimos libros destaca Ética de la hospitalidad, premio de la Sociedad Alpina de Filosofía 2011 al mejor libro de filosofía en lengua francesa, La transformación de la política, III Premio de Ensayo Miguel Unamuno y Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Ensayo en 2003, La sociedad invisible, Premio Espasa de Ensayo 2004, y La democracia del conocimiento, Premio Euskadi de Ensayo 2012. Algunos de sus libros han sido traducidos en Francia, Portugal, Estados Unidos, Italia y Canadá.

Colaborador habitual de varios medios de comunicación, Eusko Ikaskuntza-Caja Laboral le concedió en 2008 el Premio de Humanidades, Artes, Cultura y Ciencias Sociales.

Ha sido miembro del Consejo de Universidades a propuesta del Senado español. Pertenece a la Academia de la Latinidad y a la Academia Europea de Artes y Ciencias con sede en Salzburgo.

La revista francesa “Le Nouvel Observateur” le incluyó en 2004 en la lista de los 25 grandes pensadores del mundo.


El filósofo Daniel Innerarity nos recibe en su casa de Zarikiegi, una pequeña localidad situada en las cercanías de Pamplona. Desde su estudio de trabajo se contempla una hermosa vista que permite ver incluso las nevadas cumbres del Pirineo. Enseguida entramos en materia, tratando de obtener algo de luz sobre asuntos como la crisis o la corrupción, cuya temperatura en el termómetro de los medios de comunicación, sin duda, contrasta con la del exterior en esta fría mañana de marzo.

Auditoría Pública. Vivimos una época de muchos cambios y, en cierto modo, desconcertante, en la que todo parece ir más rápido. Todo un reto para alguien que se dedica profesionalmente a pensar, ¿no?

Sí, es difícil imaginar una época más interesante, quizá la caída del Imperio Romano o la Revolución Francesa. Siempre que se da un importante grado de cambio social, una cantidad de conceptos y prácticas se convierten en caducas y superadas. Por tanto, hay muchísimo trabajo por hacer. En estos momentos de gran aceleración, aquellas profesiones como la mía, dedicadas fundamentalmente a la reflexión y que son lentas, de cavilación, tienen una gran oportunidad. Y es que nos hace falta pensar más para perder menos el tiempo, para no sumarnos estúpidamente a esa aceleración sin saber muy bien a dónde vamos.

AP. En nuestra sociedad asistimos a un preocupante descrédito de la actividad política, debido en gran medida a los escándalos de corrupción. Como consecuencia de esto, ha calado el mensaje de “todos los políticos son iguales” (de malos, claro). Se trata de un mensaje simple que, precisamente por eso, se expande fácilmente y que no deja de ser preocupante…

Siempre que hay mucha aceleración y, al mismo tiempo, gran complejidad en los asuntos sociales, económicos y políticos sobre los que hay que decidir, surge la tentación de dar una respuesta sencilla, es decir, identificar culpables y asumir eslóganes fácilmente comprensibles. Es una tentación lógica, aunque creo que debemos pasar de las fórmulas que nos producen cierta satisfacción porque nos simplifican la complejidad de la realidad a fórmulas que vayan en la vía de una verdadera solución. Un ejemplo de esto puede ser la reacción de muchos cuando vimos en la televisión que habían detenido a Madoff (autor de la mayor estafa bursátil de la historia). Una primera reacción fue pensar: “Ya han detenido al culpable de la crisis, esto está arreglado”. Enseguida vimos que no, porque los problemas políticos y económicos son demasiado complejos para que la asignación de una responsabilidad concreta permita superarlos. El reto es buscar fórmulas de identificación de problemas que no falsifiquen su complejidad. Y, en segundo paso, fórmulas de gobierno a la altura de dicha complejidad. En este sentido, a mi me preocupa más la debilidad de la política que la corrupción, un asunto grave aunque fácilmente superable si hay correctos procedimientos judiciales, dotación policial y, sobre todo, madurez de la opinión pública para no tolerarla.

AP. Por lo tanto, la debilidad de la política es su mayor preocupación en este sentido.

Sí, porque si ponemos el foco en la corrupción existe el riesgo de pensar que si no la hay, la política funciona bien. Y a mi me preocupa más la política que no funciona bien cuando no hay corrupción. La política es un instrumento para dar solución a los problemas, por lo que no se trata tanto de un problema de rearme moral sino de construir un sistema inteligente de gobierno. Es decir, la política tiene que ser más inteligente que los problemas que trata de resolver. Si hablamos de mercados financieros y no comprendemos los riesgos asociados a determinados productos derivados, estamos perdidos. Y es evidente que una de las razones de la crisis es que no ha funcionado la regulación política del sistema económico. Por un lado, por la idea neoliberal de que la regulación no era necesaria; por la mala regulación, por ejemplo en el caso de los Acuerdos de Basilea en los que se tomaron medidas pro cíclicas en vez de anticíclicas; y también por la propia dialéctica de la regulación, ya que el sistema financiero siempre tiende a escapar de la regulación.

AP. No obstante, la deteriorada imagen pública de la política y los políticos no deja de ser preocupante.

Sí, y ese descrédito favorecido en parte por lo simplista del mensaje me recuerda el chiste de las autoridades ferroviarias que, tras comprobar que es el último vagón el más dañado en los accidentes, deciden suprimirlo. Es decir, ¿qué pasa si suprimimos la política? Ese discurso contra la política es contradictorio porque alguien tomará las decisiones políticas. En definitiva, se erosiona la única autoridad por encima de los técnicos, de los expertos. Indirectamente, esa crítica furibunda contra la clase política a la que algunos quisieran ver fuera de juego, otorga una autoridad a técnicos y expertos que no deberían tener. Yo prefiero un mundo gobernado por políticos a los que asesoran expertos que un mundo gobernado por expertos. Entre otros motivos, porque muchos de los errores cometidos en las sociedades son de los expertos y no tanto de los políticos.

AP. Sin embargo, quizás debido a la mala fama de los políticos, un buen currículo técnico se presenta a veces como el mejor aval para ocupar un puesto político.

La actividad política es extraña porque cualquiera la puede hacer, todos somos sujetos activos y pasivos del voto, ese es un principio democrático fundamental. Todos tenemos que hacer política, pero ante una mayor complejidad de la realidad, la política necesita mayor asesoramiento técnico que en otras etapas de la historia. Uno de los desafíos es articular la competencia técnica y el principio de universalidad democrática. Un modelo político que abandona todo en los técnicos acaba como Monti en Italia, aunque tampoco es buena la política que hace desaparecer a los expertos.

AP. Los ciudadanos tienden a pensar que no se merecen los políticos que tienen, y no precisamente porque los consideren óptimos sino al contrario. ¿Es compatible una mala clase política con una sociedad democráticamente madura?

Esto se denomina la “aristocracia invertida”, es decir, a un nivel más bajo, más popular, uno está menos contaminado por la política y guarda intacto el sentido común y la voluntad popular que las élites han manipulado. Este argumento lo utilizan los tecnócratas para evitar que el pueblo intervenga, alegando que la complejidad de los asuntos requiere la intervención de los expertos. Y también lo hacen los populistas al defender que las élites bloquean las correctas decisiones. Pero esto no funciona así, hay que ser más sincero. Es imposible que unas élites tan incompetentes hayan surgido de
una sociedad que, por lo visto, sabe perfectamente lo que hay que hacer. Cuando en una sociedad hay problemas políticos, algo no funciona bien y ese problema no se puede limitar a la calidad de los dirigentes.

AP. Usted aboga por una buena articulación entre política y economía. ¿Sobre qué bases?

Es evidente que la política no puede controlar los mercados ni a una sociedad madura e inteligente, sino que tiene que colaborar con lo mejor de la sociedad abandonando posturas jerárquicas y dirigistas. Pero el otro planteamiento extremo según el cual el mercado se autorregulará espontáneamente tampoco es convincente. El problema fundamental del gobierno de nuestra sociedad es cómo configurar sistemas inteligentes, que aprovechen lo mejor de sus elementos, cómo conseguir que no haya sociedades estúpidas porque la agregación de comportamientos individuales produzca resultados peores que la calidad de cada elemento. La actual crisis, en buena medida, se explica por la agregación de conductas en consumo, hipotecas, inversiones o modelo productivo, cada una de las cuales individualmente considerada no es estúpida pero los encadenamientos fatales han dado lugar a resultados catastróficos. Para eso sirve la política, para impedir esa deriva sacando al mismo tiempo lo mejor de cada uno de los elementos que tienen que gobernar.

AP. Algo tendrá que ver en todo esto también la formación, por ejemplo la de los economistas.

Esta es una cuestión que me preocupa porque tengo la percepción de que las facultades y escuelas de negocios enseñan la economía como si fuese una ciencia exacta, perfectamente calculable y manejable, despojada de criterios que tengan que ver con el humanismo o la sociología. Y esto es un error, se necesita una enseñanza de la economía más humanística. De hecho, los grandes economistas de la historia como Marshall, Keynes, Marx, Adam Smith o Hume eran sociólogos, politólogos, tenían una visión más amplia de la economía. No se puede enseñar la economía como si estuviera totalmente desvinculada de la antropología o la sociología, eso se paga al conseguir una supuesta exactitud técnica a costa de la inexactitud social.

“Las obscenas pasarelas entre política y control es uno de los grandes fallos de la democracia española”

Daniel Innerarity considera fundamental que los procedimientos de control funcionen, convencido de que es un indicador de la madurez democrática de una sociedad. “Un sistema político y económico –señala- tiene que establecer procedimientos de control impredecibles, que supongan una verdadera autolimitación. Si ese sistema quiere tener procedimientos de control que, en el fondo, el mismo sistema controla aunque sea indirectamente, la función de control no se ejerce bien. Tiene que haber elementos de imprevisibilidad, de limitación del poder en las instituciones de control porque eso da legitimidad a los gobernantes. En este sentido, las pasarelas tan obscenas entre política y mecanismos de control es uno de los grandes fallos de la democracia española”.

A su juicio, la justicia es otra de las asignaturas pendientes en España. “Más allá de la falta de medios, es una institución que no se ha democratizado como estaba previsto en la constitución. Es el poder que más asignaturas pendientes tiene, entre otras la adecuación al sistema competencial autonómico y la mejora de su débil autogobierno”.

n° 59

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